Cada
vez que me llega a la mente ese recuerdo, difícilmente lo veo como un viaje en
el tiempo; me parece como si fuera ayer y que mi Minga (q.e.p.d) todavía
estuviera cerca. Nunca se me olvida aquel momento ya que, me gustara o no,
termine amando a los gatos para siempre.
Sucedió
una de esas tardes de fútbol, del mundial Francia 98 – sí, el que gano el
cabezón de Zidane, pero que es más recordado ahora por la trastada que hizo en
la final del mundial Alemania 2006 y que dio como resultado que no ganara otro
campeonato -. Estaba sentado en la cama del cuarto de mi tío Gerardo, viendo
como Inglaterra, uno de mis eternos equipos favoritos, estaba siendo derrotada
por Rumania.
Todo
normal, con estrés incluido y rabia por el resultado, cuando de pronto, aparece
por la puerta Minga, con su exótica piel de tres colores: negro, blanco y algo
de caramelo, además de sus grandes e hipnóticos ojos verdes. El resto de lo que
paso no lo entiendo: sólo sé que la gata se acercó coqueta hacia mí, con ese
caminado que tanto les gusta imitar las modelos de pasarela, maullando
suavemente para luego rematarme acariciando mis desnudas pero peludas pierdas
con su cuerpecito. No sé si los gatos tendrán algún químico en su cuerpo que
causa que los termines queriendo o si simplemente son ideas mías, pero sí es
verdad que todavía amo mucho a estos animalitos.
A
Minga siempre la tendré en mi corazón y, en cuanto a los demás, ellos son
maravillosos.
Di un pantallazo a tu blog, al cual lo veo interesante. Trataré de pasar más seguido, como me lo dices por ahí en otro trabajo, para leerlo con detenimiento y poder comentar a conciencia. Saludos
ResponderEliminarGracias por el cumplido y por tu comentario, por cierto, lamento haber tardado tanto en responder; muchas cosas que hacer. Hasta pronto Malania, te espero por mis blogs.
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