En una casa cualquiera, vivían don ratón y don gato, que
estaban enfrascados en su eterna competencia de prevalecer uno sobre el otro.
Cierto día, don ratón tenía tanta hambre, que decidió ir
a la cocina para tomar unos víveres. Sin embargo, recordó que don gato siempre
estaba vigilante, así que decidió darse una vuelta para estudiar lo que estaba
haciendo. Fue así que pudo percatarse que don gato, tan cómodo como de
costumbre, tenía su enorme cuerpo arremolinado sobre la alfombra de la sala,
disfrutando de sus dieciocho horas de sueño.
Voy
a aprovechar esta oportunidad; tomaré todos los víveres que necesite mientras
el porfiado don gato sigue jugando con Alicia en el país de las maravillas.
Ni corto ni perezoso, don ratón fue de manera rápida y
sigilosa hasta la cocina; pero justo cuando estaba apenas unos centímetros
frente a la puerta de la nevera, sintió cómo una fuerza descomunal salida de la
nada agarraba su camisa hasta halar su cuerpo a una altura considerable. Quedó
frente a frente ante las fauces amenazantes de don gato, quien lo miraba de
manera profunda e intimidante.
- ¿Con que volviendo a las
andadas don ratón?, ¿que no te dije la última vez que te perdonaba la vida si
no volvías a robar la comida de mis amos?
Aparentando de manera magistral una cara melancólica, el
ratón dijo lo siguiente.
- ¡¡Oh don gato, yo
simplemente estaba buscando provisiones para irme de vacaciones; no quería
despertarte para que me ayudaras y así siguieras disfrutando de tus dulces
sueños. Si me dejas ir y coger lo que necesito, te prometo que no me verás por
más de un mes. Por favor, sé un buen gato y déjame hacer todo eso!!
Y don gato respondió
- ¿Y qué se supone que
haga?, si ser un buen gato significa que debo comportarme como mascota ejemplar
y cazar las plagas. Lo mismo se podría decir de los buenos ratones: ellos se
quedan en las alcantarillas viviendo pacíficamente, mientras dejan a las criaturas
de la superficie en paz.