Bienvenidos/as todo/as
a esta mi primera columna “Cine Gatuno”, de mi blog “Planeta gato”. Como tengo
que comenzar de la mejor manera, voy a dedicar este primer artículo a la
película más reconocida del mundo gatuno: se trata del “Rey León”. Me limitaré
solamente a comentar sobre la película y su profundo significado ya que, desde
hace rato, está en el ojo de la tormenta por ser el supuesto plagio del anime "Kimba, el león blanco", de la que sólo recuerdo algunas escenas: las que vi de
cuando era niño. Por tanto, debido a
mi total desconocimiento de la trama de Kimba, no voy a opinar sobre el tema,
por lo menos, de momento. Quizá ésta polémica es suficiente material para otro
artículo de temática diferente.
La película trata de Simba, un joven león destinado para
reinar en una sabana desde el día en que nació. A medida que se desarrolla la
película, vemos primero las relaciones de su círculo: el afectuoso lazo entre
él y sus padres – sobre todo con su padre, el sabio y poderoso león Mufasa -,
su íntima amistad con la leona Nala, la antagónica relación que tiene con su
pelícano escolta y el hipócrita afecto que dice tenerle Scar, su tío y que en
secreto planea derrocar a su hermano Mufasa, el padre de Simba.
Desde un principio, vemos al pequeño Simba dudando del
papel que le tocará ejercer en el futuro – nada menos y nada más que de suceder
a su padre en el trono – y hasta interpreta con Nala una especie de rapsodia
musical, causando un caos descomunal en la sabana, lo que hace que el propio
Mufasa tenga que intervenir. Es su padre quien le da las primeras explicaciones
de la importancia de su futuro papel y el por qué del llamado “ciclo sin fin”.
La cosa cambia dramáticamente cuando Simba, tras ser
salvado por su padre de una estampida de mus provocada por las hienas aliadas a
Scar, es testigo de su muerte. Él, que todavía era ignorante de que su tío fue
el asesino, es culpado por el segundo de la muerte de Mufasa y lo condena a ser
asesinado por sus hienas. Atormentado por la culpa y con un gran dolor en el
alma, el cachorro de león comienza una frenética huida, en donde sólo la
torpeza de las hienas y el factor suerte pudieron salvarlo de una muerte
segura, más que por su propia capacidad de sobrevivir. Es aquí donde comienza
su largo destierro.
Un hambriento y cansado cachorro encuentra refugio en un
páramo – probablemente, es el límite entre la sabana y la selva africana -, en
donde es acogido por un dúo amistoso de un jabalí y un suricato. Ellos le
enseñan a subsistir en aquel lugar y su forma particular de vivir la vida. Bajo
el lema “Hakuna matata” – tal vez la canción más conocida de la franquicia y
que hasta inspiró una tercera parte -, el trío se da una vida de reyes, sin
otra responsabilidad que comer y disfrutar de la vida.
Un día, aparece la leona Nala y el mono shaman – el mismo
que lo presento en la gran roca frente a todos los animales de la sabana, al
poco rato de nacer -, quienes buscaban refugio tras ser desterrados por Scar, y
otra vez se dan una serie de giros cruciales para el desarrollo de la trama.
Ambos le urgen a un vacilante Simba de la necesidad que vuelva a la sabana para
derrocar a su tío, en cuya tiranía se multiplicó el hambre y la desolación. En
un principio, Simba les dice que no. Luego, inspirado en su amor por Nala, la
sabiduría del mono y una visión mística de su padre, decide volver a la sabana
con unos pocos aliados para hacerle frente a su tío Scar, quien, pese a haber
dejado el reino en la miseria, cuenta con un numeroso ejército de feroces y
leales hienas.
El desarrollo de la trama es de todos conocido y si nunca
has visto la película – algo muy poco probable -, te puedes hacer una idea
basándote en el típico desempeño de las películas de Disney, incluso de sus
clásicos; todos siguen el mismo molde argumental. Pero, más allá de eso, más
allá de su supuesto parecido con el anime de Kimba e incluso, más allá de su desenlace,
está el contenido filosófico y místico de la película: allí hablan del ciclo
sin fin, en otras palabras, del ciclo de la vida. El ciclo de la vida no es
otra cosa que el concepto místico de que al terminar un ciclo comenzamos otro –
ciclos de reencarnación y muerte, el eón indio – o hindú -, ciclo maya, ciclo
tibetano, etc… Esta manera antigua de ver el tiempo choca de manera frontal con
el concepto judeocristiano del tiempo lineal – ese que hasta estudia la
filosofía occidental – y del que hable en otra entrada.
Para resumir el concepto del tiempo cíclico y en cómo nos
afecta, lo explicaré de la manera más sencilla posible: imaginemos que la
sabana es el mundo y nosotros somos Simba, el joven león vacilante de su propio
destino – y obviamente, la humanidad es la especie dominante en el mundo, tal
como los leones en el mundo de Simba - . Nosotros, al igual que Simba, no somos
conscientes de que nuestros actos por pequeños que sean, afectaran el ciclo sin
fin. Al seguir el concepto lineal del tiempo judeocristiano, nos dedicamos a
modificar el ambiente de forma radical, en busca de un supuesto bienestar, que
afectamos flora y fauna, sin tomar en consideración que las afectaciones que
les causamos a la naturaleza regresaran, como efecto bumerán, hacia nosotros
mismos. Mientras la despreocupación e irresponsabilidad de Simba facilitaban a
Scar la devastación del reino, nosotros/as mismos/as causamos el efecto de invernadero
y con nuestro consumo desenfrenado, arrasamos hábitats naturales en busca de
minerales. Y así seguimos, así seguimos… hasta el infinito.
Me dirás tú, ¿por qué no te refieres a pequeñas acciones
que, al igual que la decisión inicial de Simba, causó un terremoto social que
afectó a su gente? Pues bien, al mejor estilo de la teoría del caos, te lo
explicaré de este modo: supongamos que tiras un papel a un río y luego un pez
se lo come; al pez le da indigestión y cuando muere, su cadáver va flotando
hasta un área llena de algas marinas. El cadáver putrefacto del pez contamina
las algas, éstas a su vez a los pequeños animales que las consumen, y cuando
los peces más grandes se los comen a ellos, éstos empiezan a morir, a no ser
que mueran antes por inhalar la sangre putrefacta. Sin saberlo, has provocado
una alta mortandad de peces y de algún modo, alteraste un complejo ecosistema.
A la larga, aquel daño terminará afectando la actividad pesquera de un país y
habrás dejado a muchos pescadores sin sustento, luego a la cadena alimenticia y
al final, te das cuenta de que los pescados se volvieron más caros en el
mercado, debido a su escasez. Por tirar un papel al río, has creado un pequeño
ciclo de muerte e inflación.
También hay que tomar
en cuenta los mensajes de superación: encontrar la fuerza en el interior, que
tu peor enemigo eres tú mismo, que todo poder viene con una responsabilidad,
que las cosas suceden por una razón, que lo que se consigue de manera fraudulenta
a la larga se perderá… lecciones que hemos visto en otro tipo de películas,
pero que en el “Rey León” están arquetípicamente muy bien presentadas y con un
buen toque de drama.
Sin ir más lejos en el aspecto místico/filosófico de la
película, la ambientación, sonido, música, actuación, desarrollo tradicional de
la trama, el clímax, no solamente la convierten en un clásico de Disney, sino
un clásico de clásicos. Es por eso que en mi opinión personal, es la mejor
película del estudio, seguida de “Ralf el demoledor” y “Frozen” – película que,
aunque su trama es mucho más rica que cualquiera normal de la multinacional, se
ha vuelto tan abrumadoramente comercial, que opaco ampliamente su gran valor
artístico -. No incluyo en el grupito a otros clásicos de Disney como “La
Sirenita” , “La bella y la bestia”, “Aladino”, “Bambi” que si bien es cierto son cintas muy
competentes, siguen la vieja línea de la doncella en apuros, los príncipes
salvadores, las madrastras malvadas, las hadas madrinas y toda una serie de
elementos que, si no son utilizados bajo el estilo argumental e irreverente del
siglo veintiuno, no pasaran de ser los típicos cuentos de hadas favoritos de
una generación pasada, de esas que no les gustaba ni a los hermanos Grimm.
Tampoco sería justo compararla con las del ciclo de oro de Pixar, cuyo último mejor exponente fue Up, ya que en
aquella época, no se había concretado la fusión con Disney ni se había muerto
Steves Jobs; una sola de esas era mejor que todo un batallón de las de Disney
salvo, tal vez, las tres mencionadas al principio de este párrafo. El Rey León
es a su vez, un gran clásico de Disney y al mismo tiempo no, debido a lo ya
descrito. Si quieres comentarme o discrepas conmigo, sobre todo en este párrafo, estás en libertad de hacerlo; es bueno retroalimentar.
El Rey León no es solamente una película digna de todo/as
los amantes de gatos: es también una gran película animada. Hasta pronto y…
Hakuna matata.